La mayoría de sus alumnos son de origen maorí. La identidad y el inicio competitivo en el propio país son clave.
En todos los deportes, pocos equipos han sido tan dominantes como los All Blacks en el rugby. Desde la aparición de los rankings mundiales en 2003, Nueva Zelanda ha detentado el número 1 durante más tiempo que todos los demás países juntos.
Un año antes de la próxima Copa Mundial de Rugby, que se desarrollará en Japón por primera vez, ese dominio no da muestras de disminuir. Comprender cómo este país de Oceanía mantiene ese dominio requiere analizar el juego de las bases, en las que generaciones de jóvenes sueñan con vestir la camiseta negra.
La ciudad de Gisborne, ubicada en la costa este de la isla norte de Nueva Zelanda, es un lugar adecuado para esos sueños. Allí está la sede de una escuela secundaria con pedigree rugbístico: Gisborne Boys High School, que ha formado jugadores de élite, entre ellos varios de los All Blacks.
La mayor parte de los alumnos del establecimiento secundario tiene ascendencia maorí. La administración considera que fomentar la conexión con la identidad cultural es clave para formar a los jóvenes y generar jugadores de rugby fuertes.
“La mayoría se esfuerza por crear una cultura de equipo, mientras que el nuestro toma su modelo de una cultura real, viva”, dijo Ryan Tapsell, decano de estudios maoríes y entrenador defensivo del First XV, el primer equipo del establecimiento. El equipo respeta determinadas pautas que se alimentan de la cultura maorí y que, si se rompen, inciden negativamente en sus cimientos.
La escuela también confiere prioridad al estudio del juego en sí. Durante varios días por semana los alumnos ven películas, analizan estrategias de juego, aprenden principios sobre estado físico, nutrición y entrenamiento. El aula 11 está dedicada al Jonah Lomu, uno de los mejores jugadores de la historia de los All Blacks.
El vértice de la identidad rugbística en Gisborne Boys es el First XV. Varios de sus jugadores están en el radar de los seleccionadores nacionales. Los elegidos participan de un campamento regional dirigido por una franquicia de la Super League, competencia de máximo nivel.
Es un sistema de alimentación perfecto para desarrollar talentos locales con una meta en común a todos los niveles. “En Nueva Zelanda, desde el rugby amateur al profesional, todo está estructurado para retroalimentar la creación de All Blacks”, dijo Tom Cairns, director de rugby de Gisborne Boys.
El sistema opera con una restricción inusual. Para ser All Black, un jugador solo puede competir para una franquicia con sede en Nueva Zelanda, aun cuando es posible obtener contratos mucho más lucrativos en el exterior. Los mejores jugadores hacen sacrificios económicos con la esperanza de incorporarse al seleccionado.
Por ahora, y con la próxima Copa del Mundo a la vuelta de la esquina, el dominio neozelandés continúa, y tiene motivos fundados para ser optimistas.
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